Utópicas madrugadas.

   En el atardecer de la metrópolis, la luz tenue daba paso a la mas absoluta oscuridad. Los automóviles inertes yacían en los margenes de la vía. Reencuentros, despedidas, amantes en pisos furtivos haciendo el amor mientras desconocidos se follaban sin razón, héroes y villanos mezclados y confundidos bajo la música del viento. La inquietud del día iba dando paso a la quietud nocturna. La abuela que huía del estruendo de las discotecas de la ciudad, alejándose de la cruel realidad. Seres que entregan su cuerpo al capitalismo. Los faros alumbran las tristes calles por las que el estridente silencio de la soledad camina sin cesar en busca de aquellas lagrimas, de aquellos bancos ocupados de llantos, ocupados de tristeza, de miedo.
   “Nunca me falles” Se escuchaba en los labios de una mujer. Los gatos sobre los tejados jugaban con las chimeneas. El paisaje se quedaba obsoleto a medida que las horas pasaban. La lluvia estropeaba las rojas rosas de los jardines con su fuerza mientras que los sumideros se tragaban cartas de amor sin destinatario, notas de despecho con destino. Historias que mueren en colchones, historias que nacen en almohadas. Frío pasional. Calor inerte… el fuego consigue quemar las cenizas…
   La luna se iba haciendo mas fuerte, iluminaba los sueños, las esperanzas, las ganas de vivir de muchas de esas personas que habitaban en sus camas durante las utópicas madrugadas de la ciudad.